Para gustos, los colores. Kieslowski y el rojo.
- Beatriz Luque
- 8 dic 2016
- 3 Min. de lectura

Azul (1993), Rojo (1994) y Blanco (1994) son los largometrajes que forman la trilogía del polaco Krzysztof Kieslowski llamada Tres colores. Rodadas en Francia en un período de tiempo muy corto, las tres fueron películas premiadas en varios países. Azul obtuvo, entre otros, el Goya a la mejor película europea, Blanco obtuvo el Oso de oro a mejor director en el Festival Internacional de Berlín y Rojo fue nominada a tres premios Oscar a mejor director, mejor guion original y mejor fotografía.
Kieslowski demuestra el gran control que tiene sobre la gama cromática de la película pues en la mayoría de los planos nos encontramos con un golpe de color en rojo, ya sea en una prenda de ropa, mobiliario, coches... A su vez, cabe destacar el gran casting de la película con Irène Jacob (La doble vida de Verónica, 1991) Jean-Louis Trintignannt (El conformista, 1970) y Jean-Pierre Lorit (Nelly y Mr. Arnaud, 1995) como protagonistas.

Pero lo que merece ser destacado es la administración de información. Esto es una característica del guion que consiste en cómo se le transmite la información de la trama al espectador: mediante imágenes, diálogos, de forma indirecta, directa... En el caso de esta película, Krzysztof Piesiewicz (La doble vida de Verónica, 1991) y Krzysztof Kieslowski, guionistas de Rojo, deciden darle la información al público de una manera que pocas veces se ha hecho en el cine (o al menos no de forma tan lograda como en este largometraje), con una sutileza abrumadora.

El final de la película es donde más se nota esta sutileza, donde las últimas pinceladas de la trama son dadas de tal forma que, de repente, todo encaja a la perfección, sorprendiendo al espectador por no haber sido capaz de unirlas sin esa información. Y pondré un ejemplo, que es la parte más formidable del guion: Auguste, el vecino de Valentine (Jean Pierre Lorit e Irène Jacob, respectivamente). Durante todo el largometraje dan pistas sobre su vida pero no se acaba de entender qué pasa con él, qué tiene que ver con ella. De hecho, los dos personajes se cruzan varias veces y no hablan, lo que demuestra al espectador que no se conocen (sutileza de la información). Hasta que llega el final, y esa única e ínfima información que nos faltaba une todo lo demás. Y aquí es donde se ve lo que era el objetivo de Kieslowski: demostrar la conexión que existe entre todos los seres humanos, aunque no seamos conscientes de ello. Dos personas que viven una frente a la otra, que se cruzan constantemente pero que ni si quiera han hablado entre ellos, tienen mucho más en común de lo que creen.

Por último, hay dos cosas más que destacar: el paralelismo que se encuentra entre Auguste y el juez (Jean-Louis Trintignant) son jueces aunque uno jubilado y otro empezando, son víctimas de la traición de una mujer, están solos y comparten un nexo de unión: Valentine. Para terminar, las metáforas visuales tan brillantes que abundan en la película: el enorme cartel publicitario de ella con el eslogan "en cualquier circunstancia, el frescor de vivir" que es, al final, lo que ella significa para el juez. Pero también la forma y las circunstancias en las que ese cartel es retirado, justo en el momento en el que el barco en el que viajan Auguste y Valentine se hunde. Y ese último plano de la película que es exactamente igual que el cartel publicitario pero con una única diferencia: ella ya no es la única que sale en él, pues Auguste se encuentra a su lado, en primer plano.

Comentários